lunes, 3 de agosto de 2015

La mujer habitada


Alguien leía  La mujer habitada, con su hamaca atada entre los rayos de sol y el tronco robusto de la última encina de Txatxarramendi , mientras la más hermosa de las sirenas  con piel de cobre varaba en los bancos de arena de aquella ría  y seducía con su encanto al que camina despacio y con mirada atenta.

- ¡Mira qué luna!, dijo. Pero el ingenuo Ulises, que tras pasar cien años en soledad  seguiría recordando aquel instante de felicidad plena en aquella tarde remota, parecía sólo tener ojos para sus desnudos pechos. Hasta que sucedió el prodigio.

Ella le habló de otros mares que decía traían envueltos en la brisa  aromas de café recién hecho.  Las algas morenas de sus rizos se fueron secando y a su paso izaron velas  los barquitos anclados en la bahía . Resucitaron  los cuerpos de los carramarros  muertos panza arriba que arrastraba la marea cuando ella los tocaba y enmudecieron de pronto las gaviotas chillonas cuando ella lo mandaba; Las estrellas de mar encontraron sus brazos perdidos. En la isla, las bayas de los madroños enrojecieron de golpe.


Ulises el ingenuo sintió que todas las mujeres de su vida habitaban aquel cuerpo que ahora caminaba junto a él por la orilla de la playa. Todo aquello sucedió en un instante, en un profundo suspiro. Cuando llegaron a la escalera  de piedra que ascendía entre las rocas hasta el paseo arbolado de la isla, miró hacia atrás y ya no estaba. Sólo el rastro de unas huellas imborrables quedó marcado para siempre en la fina arena de su memoria.


Alguien vestía una  camiseta con un texto impreso que decía: Vivir la  Utopía.

Pronto llegará el momento de cerrar el libro para dejar que en su mente resuenen los tambores invocando a la eternidad con sus últimas palabras: nadie que ama muere jamás, nadie que ama muere jamás, nadie que ama....



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