domingo, 27 de abril de 2014

Ausente tarde de abril


-Qué buena tarde para ir al río, padre.
- Ya no me acuerdo cuándo bajé la última vez. Tiene que ir muy bonito por estas fechas.
-Pues yo tengo ahí la burra. Vamos p’allá.
       Apuramos el café y el cruasán en el bar de Jonny y cogimos carretera y manta, despacio, regalando nuestro tiempo a los blancos pétalos de la flor de jara y al morado del cantueso en las cunetas.
       Atravesamos el cauce del arroyo el Búho y dejé el coche aparcado bajo la sombra protectora de la encina de la vega. No era cuestión de fatigarse sino de contemplar y recordar. Aun así te esforzaste por encaramarte en el puente el Conde.


        Su calzada parecía unir la tierra con el cielo, a los de aquí con los de allá. Y afloran los recuerdos…
-¡Qué derrotá está la huerta! Anda, que el molino de Santiago!
        Pero el agua, como la vida, fluye. Río Almonte arriba los riberos son ahora menos repinaos porque son los de sus años de gañán tras las cabras del Toconal y, por un momento, sus piernas parecen respingar.


- Entre esos canchos parió una cabra y el chivino se quedó escondío toda la noche. ¡Con qué ansia mamaba de las ubres de su madre al día siguiente!
       Y la muchacha de Roturas , que moza se quedó por culpa de aquel ojo tuerto que le afeaba la cara, que venía a lavar al río, bajo ese otro ojo del puente, que le guisabais el puchero puesto a la lumbre con vuestra agüita amarilla, que no era clara, que no veía.


          Y los cañales de tío Solano. ¡Vaya peces! Y los madroñeros que venían reventando el río a golpes de pura dinamita.
-Parece que estoy viendo ahora mismo a tío Santiago que se tiraba al charco casi antes de que estallara el cartucho. ¡Cómo podría!
- ¿Os dejaban coger sus peces?
-¡Qué iban a decirnos, si lo que ellos hacían tampoco era de ley!
          Y su hermano Jeromo, pescando anguilas, que las había, con un calcetín para que no se le escurrieran entre las manos.


         Y el pastor de tío Pedrón, que cuando regresaba a la casa se ponía a oler la ropa a su mujer: ”¡Huele a hombre, huele a hombre! “, dices que decía.
        Por un instante, apoyado en el petril del puente, añoras todo aquel tiempo y dejas que tu mirada flote corriente abajo. Te quedas en silencio. Ya sé que estás pensando en madre.


       Sacas la cuchillina y la afilas frotándola contra la hoja cortante de la pizarra. La alfombra de ranúnculos blanquea la orilla del río y de pronto un cernícalo lagartijero arranca el vuelo desde su nido en uno de los mechinales del puente.
-¡Qué bonito está el río, padre, y el campo todo! Entran hasta ganas de vivir, pienso en mis adentros.
       Pero cae la tarde y sientes frío, un frío extraño.
- Vámonos, padre.
 Y regresamos.


Madre, mira lo hermosas que lucen las hijas del sol.

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