viernes, 22 de agosto de 2014

M. E. el Banksy de las Villuercas


ME, el Banksy de Las Villuercas

I
Esta sierra nuestra de Las Villuercas no dejará nunca de asombrarme.
Hace unos días, en pleno mes de agosto, cuando el paisaje bebe a grandes sorbos dejando seco el cauce pedregoso de los arroyos y desvanece los aguazales, cuando en el secano rabioso la chicharra anda segando nuestros tímpanos, al tiempo que se apaga el celo de los corzos,… -que diría Joaquín Araujo-
…..hace apenas unos días decidí emprender una nueva ruta por el geoparque. Mis pupilas llevaban tiempo pidiendo que las pintara de verde helecho y necesitaba impregnarme con el aroma del orégano silvestre, esa planta que dicen fue creada por la diosa Afrodita para hacer más feliz al ser humano.

Había que madrugar y caminar con la fresca; había luego que buscar las umbrías de sus gargantas y descender por las pedreras hasta los mares antiguos de sus valles. No debía recorrer senderos ya trillados. Al que camina con la mirada atenta siempre le apetece descubrir nuevos rincones. 
Tomé papel y lápices de colores. Sobre el blanco del folio tracé la ruta que había de guiarme hasta el lugar elegido, mi geositio particular. En esta ocasión se trataba del Corral de Porrinas. Sería una ruta circular por toda la vertiente norte de la sierra de Porrinas. Recorrería las umbrías de los camorros cruzando la garganta de Calabazas- no sin antes dar un abrazo al Castaño del Postuero-, la garganta del Endrinal y el arroyo la Cancha. Antes de llegar al arroyo del Obispillo torcería para trasponer el cerro Ballesteros a mi derecha y salir de nuevo a las casas de Calabazas completando el círculo.
No dibujé en el mapa las insoportables vallas cinegéticas porque sabía que no iban a detener mis pasos. Tampoco señalé los desvencijados torreones de madera seca situados junto a las charcas donde el venado se pone a tiro y el cazador de hoy sacia por un momento su sed de muerte; oxidado y agónico eslabón que aún se mantiene unido a la ancestral cadena de los cazadores del ayer.
¡Qué fácil sobre el papel! No me ha llevado ni media hora pergeñar la ruta y serán nueve las horas del día que dedicaré satisfecho a caminarla. El sinclinal del Guadarranque y el Gualija: sierras fracturadas, escondidas vegas y laderas empinadas , hoyas que te desorientan, collados y apreturas, breñas, navas, casqueras, guijos y canchales,…espectacular orografía villuerquina que asombra y encandila al caminante que la descubre sin prisas; fértiles valles con bosques en galería de loreras y alisos, las cumbres tupidas de rebolla y castaños, cornicabras, enebros con raíces que buscan grietas imposibles entre la dura cuarcita, brezales y pringosos jarales, recios madroños y olorosas torviscas.
Y antiguo paisaje humano: cuevas y abrigos del cazador neolítico, destechadas majadas de cabreros , colmeneros y carboneros que aún mantienen en pie compactas paredes de piedra; corrales y alquerías sin sombra ya de sus parrales e higueras secas. Y topografía de la guerrilla, refugios y campamentos de los maquis, los de la sierra: El Madroño, vecino de Carrascalejo que dicen que anduvo escondido por estos lares más de año y medio antes de unirse a las partidas, El Jabato, La Daniela de los Barroso, de Bohonal, El Jopo y sus tres hijos, de Navatrasierra, El Romero, de Castañar, abatido en una emboscada en el molino de Malviento. Y los jefes de las divisiones: El Reprecioso-con más de cincuenta hombres en su partida-, el Quincoces y Chaquetalarga .

Pero este es otro camino, el sacrificado camino de la libertad que decidieron emprender antes que someterse y que todos ellos pagaron con la mala vida e incluso con la muerte. De ellos ya os hablaré en otro momento. Estoy en ello. Fueron resistentes y merecen ser reexistentes antes que el tiempo tragaldabas borre de la memoria de nuestros mayores las huellas del recuerdo. El sendero existe y en Castañar de Ibor lo conocen con el topónimo de “los malos pasos “.

II

El asunto es que nada más comenzar mi andadura me iba a encontrar con una favorable sorpresa.
Caminaba por parajes conocidos, populares geositios oficiales -que me abstengo de nombrar por razones que, como más adelante veréis, vienen al caso que me ocupa- y que rara vez se caminan en soledad.

La primera vez que hice esta ruta fue en mayo de 2011
El sendero atraviesa una mancha de rebollar y continúa en paralelo a un regato engalanado de orquídeas en primavera. En su otra orilla se abre una pequeña vega a los pies de una pedrera.
En aquella ocasión, de la rama de un melojo colgaba una tablilla de madera con una inscripción en letras negras que decía: ” SE VENDE”.
Bien empezamos, poderoso caballero. La propiedad en cuestión parecía ser una pequeña parcela de la vega donde su dueño había plantado varios castaños protegiendo sus troncos aún jóvenes de los refregones del jabalí y de las tarascadas de las cabras y venados con una malla metálica.

Para añadir valor a la parcela, tamaña repoblación venía acompañada de un habitáculo a modo de refugio que era ni más ni menos que... ¡UN CONTENEDOR! Sí, sí, un contenedor marítimo de esos que acostumbramos a ver en las zonas portuarias de carga y descarga. ¿Qué hacía allí tamaño mamotreto? ¿Cómo se había permitido semejante atrocidad en un paraje del geoparque tan hermoso, tan visitado y tan publicitado?Estaba claro que hasta allí había llegado la civilización y aquello dejaba de ser un paraje natural para convertirse por mano del hombre en un paisaje urbano como tantos otros.
Porque ahí no quedaba la cosa. Había más. También habían llegado los grafiteros; no los artistas, los otros, los gamberros egocéntricos que tan solo aspiran a dejar constancia de su paso por el mundo sin pasar desapercibidos y lo mismo les da pintar una columnata del templo de Talaveruela que escribir sobre las desprotegidas pinturas rupestres del Cancho del Reloj aquello de “aquí estuvo Vicente” sin saber el daño que afligen a nuestro patrimonio cultural; nuestro, de todos.
Y habían hecho su trabajo decorando a su manera la chapa del contenedor –que al menos era de un discreto color verde tenis; todo hay que decirlo-.
Por aquel entonces, todo este despropósito no había enfadado al paisano que se limitaba a manifestar su queja porque alguien había cambiado de lugar el mojón que delimitaba su propiedad, con una pintada sobre una enorme tubería de cemento.

Esta vez algo había cambiado y esa es la favorable sorpresa de la que os hablé al principio y que no sería la última que la jornada me tendría reservada. El contenedor seguía ocupando su lugar pero ahora sus cuatro caras metálicas estaban pintadas imitando a la madera noble y techado con una cubierta vegetal. El dueño había eliminado los grafitis y retirado la tubería/pancarta reivindicativa. El cartel de “SE VENDE” se mantenía suspendido de la rama sobre la vereda -parece que el bungaló seguía sin interesar a nadie- . Los plantones estaban hechos unos mozos y los helechos ocupaban el primer plano siguiendo el rastro del agua que refrescaba la vega.
“Esto ya es otra cosa”, pienso en voz alta -total, nadie me oye. “Ya casi todo ocupa su lugar natural. No todo “. Y sigo mi camino, el que llevo dibujado en una cuartilla que de vez en cuando extraigo de la mochila para cerciorarme y buscar referencias a sabiendas de que , como casi siempre me ocurre, algo me hará cambiar de rumbo; nunca de meta.
Y ahora sí que es verde el camino. En pleno mes de agosto y de secano rabioso, aquí estoy abriéndome paso entre los helechos que me superan en altura y que cubren el sendero. La garganta se encajona. Pronto aparecen los primeros prunus lusitanica, el azarero, el loro - otro tesoro natural de nuestra Villuercas donde aún sobrevive. El clima del continente hace tiempo que dejó de favorecerle. Sin embargo aquí sigue adaptándose al cobijo de la humedad de los ríos y arroyos. 
Al pasar junto a un esbelto ejemplar algo llama mi atención y me detengo. Sobre un cancho de cuarcita y entre sombras reposa un brote desprendido del azarero.
¡Qué extraño! ¿Y esa mancha blanca? ¡Parece que tiene florescencias! No puede estar en flor; es imposible; no es el tiempo. Me acerco a la piedra en penumbra. ¡Anda! ¡Y frutos maduros! ¡Eso si que no, las dos cosas a la vez, no!”. Intento coger la ramita pero topo con la superficie fría de la cuarcita.

Me quedo de piedra, pasmado y con la boca abierta como un tonto. ¡¡¡Es una pintura!!! ¡Qué hermosa copia! .Tardo un rato en asimilar lo que mis ojos ven y mis dedos palpan. ¡Vaya un artista! Contemplo la obra del hombre y no salgo de mi asombro. Esto sí que es nature art. ¡Qué copia tan bien conseguida de una naturaleza imposible! Saco la cámara; hago unas cuantas fotos de tan maravilloso y extraño hallazgo. Sitúo el lugar en mi gepeese mental y tardo en arrancar de nuevo.
Ahora camino con la vista bien repartía, que dicen en mi pueblo. Reduzco el paso no sólo porque la senda atraviese una pedrera y haya que estar atento a ver dónde pisas sino porque es posible que la visita a la galería, a la exposición, todavía no haya concluido.

¡Ahí hay otra! Casi me trastabillo. Esto me pone nervioso. Parece que estoy buscando cesarinas y no es lo mismo. Esta vez ha sido más sencillo dar con ella. Es una cuarcita blanca que reposa en la canchera. Sobre su cara más plana lo que ahora representa la pintura es la cuerna de un corzo. ¡Otra preciosidad! No salgo de mi asombro. Tengo la sensación de haberme encontrado un pequeño tesoro artístico. Así es. “Y esta piedra podría cargarla en la mochila. Ni se te ocurra. No es para tanto. Ni que fueras a gambusinos.”
Mi mente no para de hacer conexiones. Grafitti: manifestación artística pintada de forma ilegal en los muros de las calles de las urbes con intención de hacernos reflexionar sobre temas sociales. Urbe/ Mundo rural. Compromiso social/Compromiso natural”.

Recuerdo entonces aquel pinar de mi verde Euzkadi, el Bosque de Oma que Agustín Ibarrola convirtió en un bosque encantado con sus pinturas. Arte sin ataduras, cultura colectiva.
Y pongo nombre al autor anónimo: El Banksy de las Villuercas. Aún desconozco que me faltan las iniciales. Eso lo descubriré más tarde cuando al dirigirme hacia la chorrera de la garganta me desvío para sacar fotos a un abrigo natural cercano que conozco. No he dado ni diez pasos desde que abandoné el camino y me encuentro de frente con otro cuadro.

Esto ya es demasiado. Sobre una superficie rocosa y plana aparecen ahora unos trazos esquemáticos en rojo y negro imitando las pinturas rupestres tan frecuentes en el geoparque. Eran unas representaciones antropomórficas y corniformes.
Este ya no me gustaba tanto. Lo hacía mejor el hombre del paleolítico, con sus óxidos de hierro machacados y mezclados con sangre y médula de animales. Además, en esta ocasión, a un lateral del paño pictórico aparecían bien visibles y con mayúsculas las iniciales del autor o autora de la obra: M E

“Se acabó el juego. Ya tenemos una pista”, pienso. “Ha sido un agradable hallazgo y puede que no sean las únicas que el Banksy este tenga repartidas por la ruta pero prefiero continuar”






***


Se ha entretenido demasiado aunque puede que esté a tiempo de encontrar pinturas de las de verdad, como aquella vez en la cancha del ribero del Almonte. O descubrir un poblamiento vetón como el del cerro que se alza junto al charco Vaquilla, o una estela funeraria. O dar con el paradero de Lomundo, la ciudad perdida.
¿Quién sabe? De todos modos, lo que hoy se ha cruzado en su camino ya ha merecido la pena pero ¡le queda tanto por ver!
Y el que camina con la mirada atenta prosiguió su camino por Las Villuercas, territorio vetón. Unas horas más tarde le encontraremos de nuevo emocionado al toparse con un venado, un precioso macho con cuernas de cinco puntas que se negaba a abandonar la sombra de su higuera favorita, junto a la pared derruida de una antigua alquería y al que tuvo que espantar para poder encaramarse en sus ramas y llevarse a la boca unos cuantos higos, los higos más sabrosos que había comido en su vida.


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