Mochuelo común.
Camino a su encuentro en este atardecer de marzo. Sé que espera
a que el sol vencido y agotado se oculte. No lo necesita. Y allí está posado en
la alambrada, a falta de paredes de piedra o majanos que le camuflen y confundan en la desnuda extensión horizontal de estos pastizales.
Inconfundible silueta de la Nocturna Atenea la de rechonchas formas con su maullido
penetrante y quejumbroso. Se ha quedado
atrás en la cuneta y mientras retrocedo sigiloso me da tiempo a preparar la
cámara y poner música en el coche. ¿Qué tengo por aquí? Suena El Barrio, ángel
malherido. Te gusta la música. Recuerdo otro atardecer hace mucho tiempo ya y otro mochuelo; en las erillas de Deleitosa.
Frente a la puerta de la tienda de campaña. Yo tumbado dentro y tocando la
flauta y el mochuelo a dos pasos de mí encantado con aquellas extrañas melodías.
Funciona una vez más y me dejas hacer mientras giras tu redonda cabecita que parece enroscada a un lado y a otro. Sonido envolvente. Hasta que se calla El Barrio y comienza el reggaetón de
Calle 13. Esto ya no te gusta tanto y dejas de posar emprendiendo el vuelo
rápido y ondulado. Gracias por este rato tan bueno, por permitir que se pare el tiempo contemplando fijamente tu enigmática mirada. Candiles de luz en el ocaso. Gracias a tí, la que todo lo sabe. Athene noctua.
Nos volveremos a ver, te reclamo.