sábado, 19 de marzo de 2016

El mochuelo.

Mochuelo común.
     Camino a su encuentro en este atardecer de marzo. Sé que espera a que el sol vencido y agotado se oculte. No lo necesita. Y allí está posado en la alambrada, a falta de paredes de piedra o majanos que le camuflen y confundan en la desnuda extensión horizontal  de estos pastizales.
     Inconfundible silueta de la Nocturna Atenea  la de rechonchas formas con su maullido penetrante y quejumbroso. Se  ha quedado atrás en la cuneta y mientras retrocedo sigiloso me da tiempo a preparar la cámara y poner música en el coche. ¿Qué tengo por aquí? Suena El Barrio, ángel malherido. Te gusta la música. Recuerdo otro atardecer hace mucho tiempo ya  y otro mochuelo; en las erillas de Deleitosa. Frente a la puerta de la tienda de campaña. Yo tumbado dentro y tocando la flauta y el mochuelo a dos pasos de mí encantado con aquellas extrañas melodías. 
     Funciona una vez más y me dejas hacer mientras giras tu redonda cabecita que parece enroscada a un lado y a otro. Sonido envolvente. Hasta que se calla El Barrio y comienza el reggaetón de Calle 13. Esto ya no te gusta tanto y dejas de posar emprendiendo el vuelo rápido y ondulado. Gracias por este rato tan bueno, por permitir que se  pare el tiempo contemplando fijamente tu enigmática mirada. Candiles de luz en el ocaso. Gracias a tí, la que todo lo sabe. Athene noctua.
Nos volveremos a ver, te reclamo.


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