No nos engañemos
Ya hacía tiempo que lo sabía.
Primero
fue la intuición; una caricia no correspondida, una desgana. Luego
llegaron los silencios mensajeros de la desidia y la rutina. Las
ausencias prolongadas. La mentira que se coge al vuelo y se calla a sabiendas de que aplastará el pecho. Un nudo eterno en la garganta.
Su vida conyugal ya nada tenía de amena. El
desamor instalado en un hogar que para él se había hecho insuficiente.
_Tú
no te agobies, hija. Como tuvieras que hacer caso a todo lo que dice la gente…
Y la vida en común siguió como si nada.
Nada.
Bueno,
no. Ella también podía engañarle.
Al menos eso pensaba mientras rellenaba con
agua del grifo las botellas vacías del agua mineral favorita de su marido. Eso que se ahorraba. Él nunca
supo distinguir.
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