Aquel foco de luz blanca, velada por la verde transparencia de las hojas de la parra, iluminaba el espacio en calma del patio en las tranquilas noches de verano y estrellas.
Tumbados sus cuerpos en las hamacas, los abuelos reposaban las fatigas del día con el abanico de brisa fresca que de vez en cuando se hacía notar meciendo las hojas del naranjo.
Más tarde, con paso lento, se retiraban dándonos un beso de despedida.
-Buenas noches, hijos.
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