domingo, 9 de noviembre de 2014

aceitunas aliñadas con amor



-“Dominus vobiscum”
Ese es el saludo devoto con el que mi padre da por concluida la liturgia.
El  cucharón de madera hace las veces de hisopo.
Podemos ir en paz: las aceitunas de hogaño ya están aliñadas.
¡Y bendecidas! Tendrán que salir buenas a la fuerza.

       Tienen todos los ingredientes: las olivas manzanilla de verdeo que ordeñé al olivo del “Curandero” y que Juan Antonio se ha encargado de rajar y endulzar con agua de lluvia; los dientes de ajo sin pelar; el imprescindible orégano y un poco de tomillo salsero-¡Dios, cómo me huele a campo y a feliz infancia!-; unos cuantos pimientos secos que mercadeé en el martes de Plasencia y que ya cuelgan enristrados de una viga en la cocinota; las hojas del laurel victorioso y la sal- salmuera a prueba de huevo flotando …

       No, madre, no me olvidé de tus cáscaras de naranja. Sé que estás ahí sentada junto a padre y quieres que las cosas nos salgan bien. No te preocupes porque me acordé de las cáscaras de naranja, bien peladas, sin la telilla blanca que cubre los gajos -porque eso ablanda mucho el guiso, decías siempre.
-Estas cosas se hacen con amor.
Ese no falta. Es el ingrediente principal. Solo tienes que fijarte en la cara que pone padre, que llena de contento y alegría todo el portalón. Y eso que lleva un noviembre duro.
“Estás como tonto”, susurras complaciente.

Dominus vobiscum.
Ahora toca esperar; esperar a que la vida nos dé tiempo, esperar a que las aceitunas se tomen de los guisos y verás qué ricas en el cuenco de barro sobre la mesa camilla.

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