Si he nacido para ser
libre y en ello estoy, ¿por qué pretendéis imponerme vuestros
sagrados dogmas- que al fin de cuentas no son sino una opinión- o de lo
contrario os sentís legitimados en nombre de vuestro dios a cortar mi lengua y
cercenar mis dedos manchados de tiza, que nunca mi pensamiento?
Si vosotros podéis vivir
manifestando vuestras creencias, ¿por qué a mí me habéis de dar muerte por
poner en práctica la mía: la de la libertad del otro para opinar aunque yo no
comparta su opinión?
¡Qué difícil nos resulta
defender el derecho de la gente a decir lo que no queremos escuchar!
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